El nuevo “contrato social” que impone la IA

El nuevo «contrato social» que impone la IA.

Cada revolución obliga a rehacer el contrato social, ese que firmamos para intentar tener una sociedad los más razonable posible desde el punto de vista humano. El problema es que siempre llega tarde, mal y «por cojones». En la industrialización del siglo XX hubo jornada laboral regulada, vacaciones pagadas, pensiones y seguros de desempleo; claro, porque había huelgas, fábricas ardiendo y gobiernos con miedo al poder de los incipientes sindicatos. Nadie regaló nada.

Ahora, con la IA nos dicen que el futuro será brillante, pero ¿para todos?

Porque ya no hablamos de máquinas soldando o pintando. La IA hace informes, redacta contratos, aprueba créditos y hasta escribe artículos de opinión. Sí, este mismo podría hacerlo un algoritmo; la diferencia es que yo todavía puedo poner un poco de mala leche en cada frase, cosa que me encanta.

El discurso oficial insiste en que habrá más trabajos, mejores y más creativos; lo mismo que decían cuando cerraron las minas y muchos pueblos se fueron al caraj… vamos, que acabaron en ruinas. Pero esta vez el golpe no será solo para el agricultor o el obrero, será para la clase media que creía tener su futuro asegurado detrás de un escritorio. La trituradora ya no discrimina entre corbatas y herramientas.

Para variar, los de arriba improvisan. Políticos prometiendo una regulación que nunca llega y expertos de LinkedIn vendiéndote el curso salvador por 299 euros más IVA.

Lo que necesitamos es un nuevo contrato social, pero serio. No otro manifiesto tan hueco como el mamarracho que lo escribe.

Ese contrato social debe incluir la formación continua, pero la de verdad; no talleres mediocres disfrazados de innovación. O lo asumimos como un derecho y un deber público, o ya podemos ir despidiéndonos de la mitad de la población laboral.

Debe incluir también una transición justa. Si antes hubo subsidios para los sectores en reconversión, ahora habrá que acompañar a los desplazados por la IA, no dejarlos caer acusándolos de “no haberse adaptado”.

Debemos dotarnos de una seguridad económica básica, léase renta básica universal. Y no, no es ni comunismo, ni populismo, ni nada que acabe en «ismo»; es que si la automatización destruye empleos más rápido de lo que los crea, alguien tendrá que asegurar que no terminemos todos durmiendo bajo un puente, eso sí; con wifi gratis.

El problema actual a este respecto es cultural y social. Seguimos midiendo el éxito laboral como en los años 70, con el reloj de fichar y la obsesión por “ganarse el pan”. ¿De verdad? Si no cambiamos el chip, la IA no solo nos robará empleos; nos robará el sentido de trabajar.

La gran pregunta es qué trabajos queremos crear con ella. Y mientras no respondamos, unos harán caja, otros darán discursos y el resto firmará la letra pequeña sin leerla.

Mañana escribiré sobre un nuevo marco de empleo que deberá acompañar a este contrato social, pero no quiero abusar con un tocho tan grande.

Juanlu Rodríguez.

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