Gaza; el gran genocidio televisado del siglo XXI que el mundo decide ignorar.
Otra vez Gaza, siempre Gaza. Otra vez, una vez más los cuerpos diminutos cubiertos con sábanas ensangrentadas, los edificios derrumbados en segundos, los gritos que no caben ni se escuchan en los titulares de la prensa escrita de cada mañana. Ya la masacre no tiene siquiera el disfraz de la guerra. Es un genocidio en directo, retransmitido por satélite, normalizado y silenciado por pura complicidad. Y al frente, un rostro cada vez más endurecido por la impunidad más absoluta y abominable; Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel y criminal verdugo de un pueblo que resiste desde la miseria y los escombros.
Hace mucho que no se debería hablar de conflicto. Porque ya no caben las excusas diplomáticas, las palabras hipócritas y cómplices sobre ese asqueroso mantra del “derecho a defenderse” cuando lo único que se está defendiendo es el derecho a exterminar. En Gaza no hay dos bandos. Hay una potencia nuclear asediando a una población atrapada, sin agua, sin luz, sin salida y ya sin Esperanza. Y cada bomba que cae no distingue entre combatiente y niño, entre casa y refugio, entre humanidad y barbarie.
Netanyahu no dirige un gobierno: dirige una maquinaria asesina de muerte y de terror. Cada declaración suya sobre seguridad es el funesto prólogo de una nueva masacre. Cada gesto suyo es una afrenta a la legalidad internacional, que se disuelve como el azucar en el café. Lo llaman líder, pero actúa como un criminal de guerra con corbata. Y lo peor, lo sabe. Sabe también que nadie lo detendrá. Que ningún tribunal internacional tendrá los cojones suficientes para hacerlo. Que las potencias que hablan de derechos humanos bajarán miradas y pantalones una vez más mientras los tanques y los drones aniquilan por tierra y cielo.
¿Y el mundo? El mundo observa, calla, normaliza y otorga. Europa balbucea comunicados de mierda mientras sigue vendiendo armas. Estados Unidos apoya, financia, protege y vigila cualquier disidencia. Naciones Unidas condena con la boca pequeña en una actitud más que sumisa. Y mientras tanto, en Gaza, madres enterrando a sus hijos el mismo día. Niños amputados, huérfanos, traumatizados antes de aprender a escribir su nombre. Médicos que operan sin anestesia y sin antibióticos. Panaderos que hornean pan entre cadáveres putrefactos. Periodistas que informan sabiendo que pueden morir en cualquier momento.
Todo eso sucede. Hoy. Ahora. Mientras tú lees esto o yo lo escribo. Y seguirá sucediendo mañana, porque el mundo ha decidido que la vida palestina vale menos que cualquier otra, porque el dinero israelí paga malas conciencias y llena estómagos de gentuza miserable. Hay quien todavía piensa que resistir es terrorismo aún cuando lo hacen los que están encerrados en una prisión a cielo abierto. Piensan que Netanyahu puede arrasar, bombardear, mentir, asesinar… y que no pasa nada.
Pero sí pasa. Pasa que nos hacemos cómplices si callamos. Pasa que este genocidio (porque eso es exactamente lo que es y así hay que llamarlo) quedará como una mancha en la conciencia de este siglo. Pasa que no hay neutralidad ni equidistancia posible cuando se asesina a un pueblo entero ante nuestros ojos mientras estamos sentados en el sofáde casa.
Y llegará el día en que el silencio no baste para proteger a los verdugos. Llegará el día en que Netanyahu sea recordado como lo que es; un asesino con poder, un genocida premiado con alfombra roja por las democracias occidentales, sumisas y cobardes. Y llegará, también, el día en que Palestina, aunque rota y herida, siga en pie. Porque a pesar de todo, hay algo que ni Israel ni sus misiles pueden destruir; la dignidad de un pueblo que resiste incluso cuando el mundo entero lo ha abandonado. Abandonado por conveniencia.
Miserables…
Juanlu Rodríguez.